Por Weildler Guerra Curvelo*

El lunes 13 de octubre de 1544 cuatro embarcaciones francesas aparecieron frente a la ciudad de Nuestra Señora de los Remedios del Cabo de la Vela. La fama de sus ricos bancos de perlas era un fuerte atractivo para los corsarios de entonces. La población se hallaba desprevenida para hacer una defensa eficaz. Muchos de los vecinos se encontraban por fuera en el cuidado de sus haciendas de perlas. La poca artillería perteneciente a la ciudad estaba en el Perú, pues, se había prestado para ir a sofocar la rebelión de los Pizarros.

Correspondió a un visitante, Gonzalo Suárez Rendón, fundador de Tunja, organizar la defensa con setenta españoles de a pie y veinte de a caballo, más los esclavos negros e indios de las granjerías de perlas que sumados eran cerca de doscientos. Todos fueron armados de largas varas que en la distancia parecían amenazadoras picas. Con esta defensa improvisada se pudo prevenir el ataque y todo se arregló con la compra de la mercancía que traían los corsarios por medio de las codiciadas perlas.

Esta situación de constante peligro los llevó a mudar la ciudad a un lugar más resguardado. Además, había escasez de agua en el Cabo de la Vela y los vecinos sufrían continuos ataques de indios bravos cuando iban a abastecerse de ella en los jagueyes. Uno de sus alcaldes ordinarios, Alonso de la Barrera, marchó al frente de un grupo de vecinos a señalar el lugar en el que se levantaría la ciudad en el Rio de la Hacha en donde permanece hasta hoy. En un plazo de cuatro meses contados a partir de diciembre de 1544 todos los vecinos debían tener su casa y asiento en el lugar que le fuese indicado por las autoridades municipales so pena de perder el solar señalado y pagar una multa de diez pesos de oro para las arcas municipales.

La ciudad era considerada como un conjunto conformado por sus autoridades, vecinos e instituciones y no tanto por el lugar y sus componentes materiales. Si en algo coincidían sus habitantes era en la conveniencia de que está no quedase bajo la jurisdicción del Gobernador de Santa Marta, pues la mayoría de sus habitantes preferían despoblar la tierra antes de soportar una dominación oprobiosa. El propio Obispo de Santa Marta, Fray Martín de Calatayud, comentaba las ventajas del nuevo emplazamiento en carta al Rey expresando su voluntad de radicarse allí y no en Santa Marta, ciudad venida a menos que comenzaba a despoblarse

La población en el Rio de la Hacha fue dotada por la corona de un estatuto político especial que consagraba su autonomía respecto de las gobernaciones de Venezuela y Santa Marta. El 14 de septiembre de 1547 se le confirmó el nombre de Nuestra Señora de los Remedios del Rio de la Hacha y también sus prerrogativas como ciudad. Pero el acto más importante para consagrar su autonomía fue el 6 de septiembre de 1550 cuando a petición de sus vecinos se reafirmó su dependencia de la cercana Audiencia de La Española y no de las lejanas autoridades de Santafé pues para llegar hasta dicha ciudad se requería recorrer más de “trescientas leguas de río a remo y cien caminando”.

Se confirmaba así su condición de ciudad autónoma gobernada por dos alcaldes ordinarios que dependía en lo administrativo directamente del Consejo de Indias, en lo judicial de la Audiencia de Santo Domingo y en lo eclesiástico de Santa Marta. ¡Que sabios eran los riohacheros de antaño!

*Antropólogo, Miembro de la Academia de Historia de Colombia